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“Jerusalén de oro
y de bronce y de luz
Oh, de todas tus canciones
soy violín”…
…proclama la canción escrita por Naomi Shemer en 1967. Jerushalayim para los judíos, Aelia Capitolina para los romanos, Al Quds para los musulmanes, Ierusalem para los cruzados…Jerusalén para el mundo entero.
Jerusalén mil veces destruida y otras mil reconstruida sobre sus cimientos. Jerusalén, “Casa de la Paz”, si atendemos al significado de su nombre, irónica paradoja en un lugar que nunca la ha conocido.
Jesusalén, el lugar que todos los imperios conocidos han querido poseer y que todos, tarde o temprano, han perdido sin remisión.
Jerusalén, donde cada centímetro cuadrado de su tierra es sagrado para alguien en algún lugar…
Quien traspasa los muros de la Ciudad Vieja por primera vez a través de cualquiera de sus puertas siente una extraña sensación: que de alguna manera se encuentra en el Onphalos, en el Centro, en el Ombligo del Mundo. Aquel que recorre sus afligidas piedras siente el peso de su historia torturada, que es la propia historia de la humanidad.
Dentro de los muros de la Ciudad Vieja existen muchas Jerusalén: el viajero puede atisbar los restos de Yerushalayim, corazón atribulado de Israel; aún puede pasear por sus calles del siglo I, a varios metros bajo la superficie recorriendo “Los Túneles del Templo”; admirarse ante la gigantesca obra del Templo de Herodes a lo largo del maravilloso Cementerio Musulmán, ubicado a lo largo del perímetro este del Monte del Templo; calibrar la magnitud de la destrucción de la ciudad llevada a cabo por los romanos visitando la “Casa Quemada” o el Centro Davidson donde aún es posible observar los montones de cascotes del Templo arrojados por las legiones romanas. También podrá el viajero caminar por El Cardo, vía principal de Aelia Capitolina, detenerse entre sus tiendas ahora vacías y en otro tiempo llenas de mercaderes que ofrecían mercancías venidas de todo oriente…
Y para contemplar el esplendor y la belleza de Al Quds, la Jerusalén musulmana, deberá el viajero ascender hasta el mirador del Monte de los Olivos al atardecer; lo que contemplará desde allí le dejará sin aliento: el brillo dorado del Domo de la Roca presidiéndolo todo, el canto de los muecines llamando a la oración desde los mil alminares de las mezquitas…
El viajero que busca a Jesús lejos del bullicio y la locura de Jerusalén también podrá hallarlo a la caída del sol en el Santo Sepulcro, cuando ya la gran iglesia se haya vacía de peregrinos y es posible recorrerla envuelta en un silencio sobrecogedor. A esa hora es posible asistir a la ceremonia del cierre de las puertas, ritual que lleva realizándose desde hace trescientos años por la misma familia musulmana, poseedora de las llaves de la iglesia.
El viajero podrá buscar cuantas Jerusalén quiera encontrar: en los callejones oscuros del Barrio Árabe, en las sinagogas del Barrio Judío, en los rincones mágicos del Barrio Armenio con sus tabernas recónditas y sus iglesias escondidas…un universo llamado Jerusalén.
Artículo escrito por nuestro colaborador: Javier Vicente @jfuenfria