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Ostia Antica fue una de las ciudades romanas más florecientes gracias a su situación, en ella el Tiber desembocaba al Mediterráneo, convirtiéndose en un importante centro comercial y portuario. La colonia se fundó en el siglo IV a.C. como un puesto militar para proteger Roma y con los siglos pasó a convertirse en su principal puerto comercial de la capital imperial.
En su apogeo, hacia el siglo II, llegó a tener hasta 38 termas y 50.000 habitantes. En el siglo IV, con la llegada del declive del comercio, también llegaron malos tiempos para el puerto. La situación se complicó cuando una epidemia de malaria arrasó la ciudad y los habitantes que no perecieron huyeron para salvarse, quedándose la ciudad desolada y avocada al olvido. Permaneció enterrada bajo la arena durante varios siglos lo que permitió que se conservara relativamente bien.
Sus ruinas son un relato completísimo de la vida cotidiana de Roma, y de cómo se defendió y se abasteció el grandioso imperio. La calzada principal atraviesa la ciudad y a ambos lados encontramos los restos de los que fueron almacenes, tiendas, casas de pisos, tabernas, molinos de pan, termas e incluso un gran teatro construido en tiempos de Agripa y que hoy acoge todo tipo de espectáculos durante la época estival.
Deambulando entre los edificios antiguos tropezará aquí y allá con fantásticos mosaicos con motivos marinos, frescos de color rojo pompeyano, columnas esculpidas con figuras de animales y esculturas de gran belleza.
Detalles que dejan constancia del carácter cosmopolita que tuvo Ostia Antica durante su época de esplendor son los restos de 18 templos dedicados al dios persa Mitra, una sinagoga judía y una basílica cristiana.
Situada a tan sólo 30 kilómetros al oeste de Roma y a 75 del puerto de Civitavecchia, es un destino ideal para pasar medio día y un lugar único para viajar en el tiempo al antiguo y poderoso mundo romano.