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Conocida la historia ahora nos toca adentramos en Estambul e impregnarnos de su esencia. Comenzamos por el barrio de Sultanahmet donde conviven varios siglos de Historia. Tres épocas, tres nombres: Bizancio, Constantinopla y Estambul, y dos monumentos simbólicos: Santa Sofía y Mezquita Azul. Este barrio fue el corazón de la llamada Nueva Roma, la capital del gran Imperio Romano de Oriente y luego del Imperio Otomano.
Lo primero que nos encontramos es un paseo con unos obeliscos que llaman nuestra atención, es donde se ubicaba el antiguo Hipódromo, a los emperadores bizantinos les entusiasmaban las carreras. Del Hipódromo han sobrevivido la figura de granito del Obelisco de Teodosio, traído desde Egipto, la Columna Serpentina y la Columna de Cantería. En tiempo de los turcos el hipódromo fue un lugar de recreo y escenario de diversos espectáculos.
Justo al lado nos encontramos con la majestuosa Sutanahmet Camii (Mezquita Azul), la mezquita más famosa de la ciudad, con sus seis minaretes y su decoración interior en azulejos de Iznik. El edificio contemplado desde fuera da una impresión elegante que no se espera de su gran tamaño. La cúpula rivaliza con la de Santa Sofia, un objetivo del arquitecto. El lugar elegido para su construcción fue el centro de la ciudad, antiguo emplazamiento del hipódromo romano y cercano al Palacio Topkapi. Los 21.043 azulejos usados en su construcción fueron confeccionados en los talleres del palacio. Según la leyenda, el sultán Ahmet I le pidió al arquitecto una mezquita con minaretes de oro, pero debido al alto coste éste prefirió aumentar el número hasta seis. En la mezquita hay un total de 260 ventanas. Las valiosas alfombras de varios colores que cubrían la planta de la mezquita hasta hace poco han sido cambiadas por otras de menor valor.
Saliendo de la Mezquita continuamos recto hasta toparnos con Santa Sofia, construida en el s. VI y representa el poderío bizantino, fue joya de la cristiandad hasta ser convertida en mezquita cuando los otomanos conquistaron Constantinopla. Tiene una gran importancia en la historia de la arquitectura por ser la primera construcción de base cuadrada de este tamaño que está cubierta por una cúpula central y dos pequeñas semicúpulas. Es la cuarta iglesia con un área cubierta más grande del mundo. El interior sobrecoge, nada más entrar por la puerta imperial, nuestra mirada se eleva hacia la enorme cúpula que parece flotar sin soportes. Los ventanales dan a la estancia una luz mágica, realzada por el brillo de los mosaicos de la cúpula. Recorrer Santa Sofia es sentir el eco de la historia, el interior casi en su totalidad es bizantino, tanto en forma como decoración, los otomanos añadieron candelabros, fuentes y medallones con caligrafía árabe.
Muy cerca se encuentra el Palacio de Topkapi, residencia de los sultanes entre los s. XV y XIX, formado por un conjunto de patios y pabellones de gran belleza y opulencia. Paseando por sus palacios y jardines se puede ver las reliquias de siglos de locura, intrigas, excesos y guerras. Los dignatarios extranjeros que visitaban el palacio quedaban maravillados por la legendaria corte de eunucos negros, por los famosos músicos y por sus elegantes pabellones construidos para la ocasión. Las colecciones son impresionante, el tesoro guarda joyas de todos los rincones del imperio, vestidos lujosos, reliquias islámicas y retratos otomanos. Paseando por el harén es fácil de olvidar que las mujeres pasaban toda su vida encerradas. La visita al palacio nos llevará medio día como mínimo.
Justo antes de entrar por la entrada principal al recinto del Palacio de Topkapi, nos encontramos con la Fuente de Ahmet III, los otomanos llenaron de fuentes la ciudad. Esta construcción de 1728 reproduce la silueta de un quiosco oriental con una decoración al estilo rococó, de moda en Europa en aquella época.
Todos los lugares mencionados estan muy cerca unos de otros pero lleva tiempo visitarlos. Os recomendamos también hacer una escapada nocturna para ver la iluminación, merece la pena.